Capítulo 6. De vuelta al infierno
Tres jóvenes caminaban por los pedregosos caminos que descienden de las estribaciones de la Sierra de Baza, adentrándose poco a poco en el Valle de Guadix. Había algo más de seis horas y media a pie entre el cortijo y la cabecera comarcal. Caminaban despacio, sin prisa, en una fría mañana de otoño. Tristes, desanimados y resignados. No tenían ninguna prisa por llegar a su destino, así que caminaban lentamente y despreocupados, intentando alargar lo más posible su llegada a la estación. Llegados a la estación de Guadix compraron sus billetes y tomaron el tren hacia Almería. Una vez llegados a la capital almeriense decidieron alojarse en una fonda durante unas cuantas noches. Sabían lo inevitable, pero querían alargar todo lo posible la espera hasta tener que presentarse finalmente ante la autoridad. Así estuvieron unos cuantos días, ociosos, caminando despreocupados por las calles de la ciudad, hasta que finalmente un guardia de la ETAPA les dio el alto mientras caminaban y les pidió la documentación. Tras revisar los documentos el guardia les preguntó qué hacían allí, y por qué no estaban en su correspondiente brigada. Los tres jóvenes no tuvieron más remedio que decir la verdad: Que habían “perdido” su brigada, y por tanto eran evadidos. Un delito que se castigaba con la cárcel.
Así pues, fueron conducidos a un “centro de recuperación”, que no era más que un absurdo eufemismo con el que llamaban en aquellos días a las cárceles militares. De esta forma los tres jóvenes comprobaron que tanto si los hubieran apresado en su hogar como si iban voluntariamente a Almería su destino iba a acabar siendo el mismo. Habían terminado en la boca del lobo.
Allí, en un acuartelamiento, convertido en prisión militar, malvivieron durante varios meses, encarcelados junto al resto de soldados que habían sido capturados tras su evasión de los frentes, ateridos de frío durante un largo invierno. Solían apretujarse y empujarse unos a otros por lograr un hueco junto a alguno de los escasos braseros, que poco servían en aquella caverna helada, aborreciendo la detestable sopa boba con que los alimentaban, peleando siempre por una manta con que luchar contra aquel frío y húmedo invierno. El ambiente estaba allí cargado de humedad, y el frío entumecía intensamente todos los huesos del cuerpo. Más de uno cayó víctima de tuberculosis o de fiebres en aquellos meses. Los presos solían lanzarse penosas miradas esquivas unos a otros preguntándose quién sería el siguiente. El transcurso de los días se hacía lento y monótono recluidos en aquella cámara del infierno. De vez en cuando trataban de matar el tiempo jugando a las cartas, otras veces eran forzados a trabajar limpiando todo el acuartelamiento.
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En este punto es necesario decir que las fechas no están claras. Si bien es cierto que el inicio del relato se sitúa claramente en Julio de 1936, coincidiendo con el inicio de la Guerra Civil, conforme avanza la acción las fechas comienzan a ser difusas en muchos momentos, y hay grandes “lagunas” temporales, perfectamente entendibles por otra parte, teniendo en cuenta que todo lo narró de viva voz mi abuelo Antonio a través de diversas historias cortas en la primavera de 2010, cuando ya contaba con 90 años, haciendo uso de una admirable memoria y demostrando una precisión de detalles excepcional en numerosos puntos, tal como demuestran estos relatos.
Según lo relatado por mi abuelo, sus dos compañeros, Juan y Galindo, y él permanecieron encarcelados en el acuartelamiento de Almería entorno a uno o dos meses, aunque pudo ser bastante más tiempo en realidad.
Por la información que se ha podido consultar se sabe que la 48ª brigada del ejército republicano — brigada que señala mi abuelo a la que fueron destinados tras salir del acuartelamiento de Almería — no fue enviada hacia el frente de Levante hasta Junio de 1937. De acuerdo con ello la estancia en el acuartelamiento de Almería bien podría haberse alargado entorno a seis meses, en lugar de uno o dos meses como señalaba mi abuelo en sus recuerdos.
Tampoco está muy claro cuánto tiempo permanecieron en el frente de la Sierra de Espadán tras el cautiverio en Almería, aunque de la información disponible podría deducirse que fue una larga estancia, que bien pudo alargarse igualmente durante muchos meses.
Hay grandes lagunas en el relato de mi abuelo entre principios de 1937 y comienzos de 1939, lo que obliga a hacer aquí un gran salto temporal.
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Centro de Recuperación de la ETAPA, Almería
Entorno a Junio de 1937.
Una mañana Antonio y sus dos compañeros fueron llamados repentinamente por los guardias del acuartelamiento. Les sacaron finalmente de allí tras varios meses recluidos, y los presentaron a una pequeña tropa que esperaba a la entrada del acuartelamiento. Un sargento y tres soldados, que con escuetas palabras les ordenaron que los siguieran. Fueron conducidos a la estación de ferrocarril, y allí tomaron un tren que tras un largo y lento viaje los devolvió nuevamente al ya conocido frente de Segorbe, en la Sierra de Espadán; donde la 48º Brigada del ejército republicano se estaba reorganizando.
Allí permanecieron varios meses, siempre ojo avizor, guarnecidos en trincheras unas veces, protegidos en algún fortín otras, siempre temiendo lo peor. De cuando en cuando se producían algunas escaramuzas y pequeños enfrentamientos, pero la mayor parte de las veces eran sofocados en poco tiempo.
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Aquí hay que hacer mención de nuevo a una gran laguna temporal en los recuerdos de mi abuelo, puesto que la continuación de los relatos salta de repente a inicios de 1939.
Frente de Levante, Sierra de Espadán (Castellón).
Hacia inicios de 1939.
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Restos de una fortificación militar del bando nacional en el frente de la Sierra de Espadán (Castellón). |
Ya era enero del 39, y aunque
Antonio y sus compañeros de brigada aún lo desconocían, la guerra daba ya sus
últimos coletazos, con el bando republicano cada vez más acorralado y
debilitado. En poco más de dos meses sería invadido Madrid, y la guerra se
acercaría irremediablemente a su final.
Una noche hubo más movimiento del habitual, y pronto se
vieron inmersos en una encarnizada batalla. Las balas silbaban por todas partes,
ráfagas de ametralladora barrían el lugar, se sucedían las explosiones y los
gritos, el aire se llenaba de humo y olor a muerte. Antonio y sus compañeros
con gran desesperación se vieron en las últimas, y esta vez no había
escapatoria posible, ¡perecerían allí!
Antonio pensó una vez más en su hogar, en su madre, en sus hermanos,
y en la lejana tranquilidad del cortijo, tan irreal en aquellos momentos en
mitad de aquel país resquebrajado por la guerra.
Muchos cayeron aquella fatídica noche, pobres infortunados
que ya no regresarían con sus familias, vidas truncadas que se iban sin poder
despedirse de los suyos.
Llenos de terror, Antonio y los que le acompañaban miraban
impotentes el macabro escenario.
Por fin cesaron los tiros. Poco a poco la tormenta bélica
dio paso a una triste noche silenciosa, fría y macabra. Algunos dudaban de si
realmente seguían vivos o estaban ya muertos, pues aquello parecía el mismo
infierno.
Antonio y los demás comprobaron consternados que su
compañero Galindo no estaba. Preguntaron a unos y a otros sin éxito, buscaron desesperados
en todos los refugios y parapetos, en las trincheras y recodos de la montaña, miraron
con estupor entre los caídos, temiendo lo peor a cada instante. Pero por
fortuna su amigo no estaba entre las bajas. Aún podía estar vivo. Deseaban
poder volver a verlo y esperaban que hubiera podido ir a parar a algún lugar
resguardado.
Durante los siguientes dos meses permanecieron allí, en el
mismo frente, apostados en búnkeres y trincheras, encadenando interminables y
tediosas guardias, rumiando la detestable comida enlatada, y matando el tiempo unas veces fumando y otras liando
cigarrillos con tabaco de liar. No volvió a haber ningún incidente de
importancia tras aquella violenta batalla en la que perdieron la pista de su
amigo Galindo. Los días se sucedieron largos y lentos en aquellas trincheras, y
no veían el final de aquella agonía.
…
Una bendita noche del mes de marzo, sería ya el día 28, ya de madrugada, a eso de las 4, un comisario
fue dando la orden de alto el fuego a todos los soldados. Nadie debía disparar
un solo tiro hasta nueva orden. Ningún motivo se les dio de esto, pero intuían
que aquello podía presagiar buenas noticias, al menos para ellos. Y así fue como,
ya de mañana, se confirmó definitivamente que la dura guerra había terminado,
al menos en aquel frente, ya que el fin oficial de la guerra en todo el país no
se produjo hasta cuatro días después, el 1 de Abril de 1939, tras sofocar las
últimas resistencias del bando republicano en el Puerto de Alicante.
Uno de los oficiales fue anunciando a los soldados la buena
nueva: ¡la guerra había terminado!, nada les ataba ya al ejército, cada uno
podía tomar el camino que quisiera, ¡eran libres! A lo lejos, en lo más alto
del pico de “La Ballesta”, que dominaba el lugar, el bando nacional mostraba esperanzadoras
banderas blancas. Pronto fueron varias las insignias de paz que ondearon en
varios puntos de la sierra. Mostraban el fin de la guerra, pero también la
victoria del bando fascista. Eran innumerables los gritos y vítores a Franco,
el General líder de la victoria. Contrastaba aquella algarabía con el resignado
silencio del bando republicano, que cabizbajos unos, taciturnos y serios otros,
iban abandonando lentamente el lugar, pesarosos y cavilando con mucha
incertidumbre qué sería de ellos a partir de entonces… Habían cesado los
enfrentamientos, en aquel y en otros muchos frentes del país, pero la guerra
aún tenía horrores reservados para muchos…
© Fernando Conesa Navarro. Reservados todos los derechos.
Imagen del frente de la Sierra de Espadán. Autor: Villelite,
flickr.com.
FUENTE: https://www.flickr.com/
https://www.flickr.com/photos/villelite/5495601980/in/photostream/
Portada
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Epílogo